domingo, 25 de septiembre de 2016

Colmenas de cemento


Reparo, en mi lento caminar, en un edificio de corte vanguardista que me recuerda a una enorme colmena. Varsovia es la ciudad por la que hoy me ha tocado deambular. Por fortuna, aún no ha entrado el frío. El crepúsculo confiere al edificio que observo con inquietud, y que para mi posteridad fotografío, un aire un tanto nostálgico. Las luces de las viviendas proyectan hacia el exterior una luz ambarina, casi pálida, que acrecienta la sensación de desasosiego que ya de por sí trasmite. ¿O seré yo el único que lo percibe de ese modo?
Miro hacia el edificio, intentando leer en su fachada, como si de un libro abierto se tratara. ¿Cuántas historias habitarán tras cada uno de sus ventanales?
Artur, como buen anfitrión, me adentra con orgullo en su mundo varsoviano. Varsovia es suya tanto como él es de Varsovia. Y yo, en éste juego dialéctico de pertenencias, también me siento un poco de Varsovia, y de Artur, y sin pretenderlo, también de esas historias que habitan escondidas tras las ventanas y de las que ya, inequívocamente, formo parte.
El edificio que protagoniza ésta irreflexiva reflexión, representa a todos y a cada uno de los edificios que, absorto, contemplo durante mis viajes. Edificios que se atascan en mi memoria como exigiendo su protagonismo. Protagonismo como el que disfrutó este peculiar edificio el día en el que su arquitecto-dios lo imaginó, y volcó la idea sobre unos planos, para, posteriormente, enraizarse para siempre al suelo de ésta maravillosa ciudad, y ofrecer su cobijo a los sueños de todos sus ocupantes.
Más adelante, en un jardín maltratado por una adelantada ráfaga del otoño, unos viejos árboles yacen derribados. Cientos de años de verticalidad contemplando vida y muerte, nazis ocupantes, judíos huyendo del holocausto, y polacos resistentes, para acabar derribado por una inclemencia meteorológica. Sobrevivió, desde su altura, a bombardeos, incendios, a la cara más terrible del género humano, para sucumbir, inocentemente, ante una tormenta cuando ya el verano estaba por marcharse.
Tras el árbol caído, sobre una pared, alcanzo a ver una pintada en homenaje a los niños que lucharon en la resistencia polaca. A los niños de esa ignominiosa guerra, que son los niños inocentes de todas las guerras. Varsovia está salpicada de homenajes a sus muertos para proclamar a los cuatro vientos que, pese a todo, Varsovia sigue más viva que nunca.
En unas modernas instalaciones deportivas, los niños del Legia alimentan sus sueños futboleros sin percatarse del árbol caído, ni en los edificios que hablan silenciosos, y sin ya apenas reparar en los cientos de monolitos que, a pie de calle, homenajean a los que dieron su vida para que ellos puedan soñar con llegar a ser, algún día, como Lewandowski.
Los edificios, como Varsovia misma, siguen en pie, entremezclados, para cobijar vidas, desafiar a las adversidades, y acaparar nuestras miradas. De antes de la guerra quedan pocos, muy pocos. De la sórdida época comunista, muchos. De nueva construcción, cada vez más.
La improvisada caminata nos acerca a la biblioteca pública Dzielnicy Sródmiescie, en cuyos locales, un grupo de personas se han congregado para cantar sin más pretensiones que compartir sus voces. Unir sus voces en un cántico a favor de la comunicación real en una era, mal llamada de la comunicación, en la que, paradójicamente, se está generando más incomunicación y aislamiento social que en toda la historia de la humanidad. Tal vez, bajo el pretexto de cantar, pretendan compartir momentos de convivencia con gente de su entorno que desconocen, que habitan en otras colmenas de cemento que hay junto a la suya, que también proyectan al exterior luces ambarinas, casi pálidas, y, de esa forma, acercarse a las historias que guardan celosamente en su interior.
Avanzamos, Artur y yo, mientras la luz intenta evadirse de nuestra presencia. El vigilante del Parque Lazienki, desde la penumbra en la que se guarece, estudia metódicamente la sombra recortada de nuestras siluetas. Un grupo de jóvenes, chicos y chicas, corren, entre la oscuridad, huyendo tanto de los peligros del sedentarismo como atraídos por la fiebre del running.
Los restaurante, bulliciosos, acogen en su cálido seno el beneficio del crecimiento económico de un país que duda entre la integración europea y la endogamia ultraconservadora.
Me tienen que disculpar, pero, en todos mis viajes, últimamente siempre acabo atascado entre miles de preguntas sin respuesta.
Y da lo mismo que sea observando, ensimismado, la fachada de un edificio, o el comportamiento de un vagabundo pidiendo limosna en plena calle, o el de un viejo verde, en una quedada por internet, a las puertas del Palacio sobre el Agua de Varsovia para cazar Pokémon. Observo, y observo, intentando analizar, iluso de mí, toda la realidad de un país al que, con mejor o peor fortuna, acudo con la loable intención de vender mis tintes.
Por mucho que, allá adónde viajo, intento integrarme, nunca dejo de sentirme un simple turista meditabundo, más raro que un perro verde, o un nostálgico inmigrante a tiempo parcial. O quién sabe si las dos cosas.
Gracias, Artur, por acercarme un poco más a tu mundo.


26 comentarios:

  1. Vaya que Varsovia te dejo muchas interrogantes... Saludos a Artur.

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    1. Ya te saludé a Artur, es un tío majo al que, sin duda, te encantaría conocer. Saludos.

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  2. Qué interesante entrada.....la próxima vez que me encuentre en una ciudad diferente, seguro que me acuerdo de tu edificio y tus interrogantes! =)))

    Saludos :D

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    1. Hay quienes sólo viajan para ver y fotografiar todo aquello que dicen las guías que hay que ver y que fotografiar, y eso es lo que provoca que no descubran la realidad del país o la ciudad que visitan. Viajan de tópico en tópico... Saludos.

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    1. Muchas gracias. Me alegro mucho de tu felicidad y de que me leas. Saludos.

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  4. Cuando se descubre una ciudad nueva, todo es exploración y preguntas, ves detalles y matices que nadie ve, que nadie aprecia.
    Sin embargo todas esas preguntas tendrán respuesta y los detalles tan de Varsovia desaparecerán y te integrarás y será tu ciudad, todo será cotidiano e incluso aburrido.
    Siempre pasa.... ¿ o No?

    Besos :)

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    1. Todo en la vida es un ir y venir, es cierto, Nieves. Pero el problema es de quién viaja y no sabe ver nada. Mucha gente es la que no sabe mirar. Saludos.

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  5. Cada vez escribes mejor; resulta una gozada leerte.

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  6. Siempre nos sorprende una nueva ciudad y nos hace pensar. Me ha encantado esa visión: "un grupo de personas se han congregado para cantar sin más pretensiones que compartir sus voces" ¡Qué bonito! Saludos.

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    1. Sí, Mara, fue muy emocionante verlos y oírlos cantar!! Saludos.

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  7. Me levanto al amanecer dispuesto a lo que vendrá. Las calles de mi pueblo están desiertas menos el panadero o el barrendero que ahora madruga más que yo. Salgo por la carretera y justo en la misma curva, aparece mi pueblo con el sol asomando tímidamente por detrás con la sierra; dibujandose el perfil...

    Llegar a Córdoba es como llegar a un enjambre de abejas donde yo me deslizo por sus aceras. Me dejo llevar por la fantasía de con quién me cruzo y muchas veces sonrío porque lo que pienso es algo surrealista. La colmena de las aceras la cantó Joaquin Sabina y hasta Cela en su Novela.

    ...y va pasando la mañana de aquí para allá trabajando como otra abeja más. Puedo recordar a personas con las que me cruzo todas las mañanas y no sé nada de ellas...Desayuno en panales de abejas con rostros conocidos y, todo son silencios de desconocidos que somos también conocidos sin romper la frontera de saludarnos. La ciudad bulle conforme va acercándose el medio día y mi trabajo es flexible para visitar una tienda de música ( ahora los CDs están baratos) y mi dependienta favorita me recomienda algún disco que ella también tiene. La gente me llama al móvil y yo atiendo mi negocio...

    El día se desliza en soledad preguntándome si no seré un zángano en la colmena de Córdoba pues no tengo familia qué alimentar. Hora a hora llega el momento de partir de nuevo, siempre satisfecho de mi trabajo que me apasiona como de un vuelo para llevar el fruto de la flor donde me esperan más gente que atender para el día siguiente y un respiro con una caña de cerveza con un amigo ya conocido...

    En la colmena de las aceras, como cada mañana los conocidos de vista nos cruzamos. Ya forman parte de mi y yo seguro que de ellos...La soledad de la abeja trabajadora es así sin más. Con un mundo que se arrastra en el vuelo de flor en flor pero, siempre en libertad...


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    1. Siempre me sorprendes, Buscador. Mil gracias por enriquecer este humilde blog. Saludos.

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  8. Sí que es difícil a veces encontrar las respuestas.

    Estupendo escrito.
    Un abrazo

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  9. Que distintas visiones puede ofrecer una misma ciudad en distintos ojos. Como la vida misma, y dependiendo de tus sueños de ese día,la misma ciudad,te puede dar otra visión distinta.
    Saludos.

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    1. Todos los días gozamos de una nueva oportunidad para reinterpretar lo que tenemos delante de nuestros ojos. Lejos o cerca qué más da si lo que nos falla es la mirada?

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  10. He empezado por sentirme identificado con tu visión del edificio —en el que lo que más original me parece es el color— para seguir haciéndolo con todos y cada uno de los pasos que has ido dando.
    Saludos.

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  11. Visiones y opiniones diferentes , riquezas interiores que les llama.
    Besitos

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  12. Varsovia. Debe ser preciosa.
    Los viajes aportan amplitud en el pensamiento y si se hacen en soledad, este pensamiento se desboca.
    Un abrazo

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    1. Por suerte para mí, Torcuato, la extensión natural de mi brazo es una maleta. Saludos.

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