Suena un teléfono fijo…¡ring! ¡ring! ¡ring! ¡ring!…
—¡Acho Antonio!: ¿estás vivo?
—Bicho malo, nunca muere.
—Te llevo el móvil reventao a llamadas. ¿Lo tienes apagao?
—Sí. Lo apagué hace más de un mes.
—¿Y eso pa qué, tio?
—Recibí por Amazon el puzzle de 42.000 piezas. Es el más grande del mundo. Y me dije: ¿ahora o nunca?
—¿Y por eso desapareces y medio mundo te anda buscando?
—El día anterior había pensado en tirarme por el balcón…
—Ostia, tío, tú si que estás chungo. ¿Por qué no llamaste a Manolí, tío? Pa algo es nuestra psicóloga.
—Lo pensé, pero me enteré de que está encerrada en su apartamento de Torrevieja con un wikingo recién traído de Islandia, y no quise molestar.
—Pues se estará hinchando a Bacalao…
—Eso pensé.
—¿Pues haber llamado a Sebastian? Aunque es un poco pedante, también acabó la carrera…
—También lo pensé, pero me dijo Marisa que estaba encerrado con una de sus alumnas en su casita de Guadarrama y que no quería saber nada de nadie.
—Macho, cómo se lo monta la peña.
—Ya ves.
—¿Y entonces fue cuando compraste el puzzle y decidiste aislarte de todo?
—Sí. La cuarentena me está volviendo majara.
—¿Comes bien?
—Sí. Compré quince cajas de Fabada Litoral.
—Macho. Y no serán los gases…
—Dejo las ventanas abiertas para que corra el aire.
—¿Y no se quejan los vecinos?
—Soy el único vecino que queda en el inmueble. Todos se han largado de vacaciones.
—Pero si eso está prohibido…
—También está prohibido vender marihuana y bien que te fumas tus porritos…
—Me lo estoy dejando tío.
—Bueno, y a todo esto: ¿Para qué me llamas?
—Mi mujer... macho. No te lo vas a creer. ¡Qué se ha largao con un argentino!
—Pero qué me estás contando, Alberto. Me dejas de piedra.
—Al parecer se conocían del gimnasio.
—¡Qué fuerte. ¡Lo debes estar pasando fatal!
—Ya te digo tío, no me esperaba esto de la Puri.
—Pues debes estar fumando más porros que nunca.
—Ya ves tío. Por eso te llamaba. ¿No tendrás por ahí algo de costo?
—Sí te valen tres pastillas de Avecrem…
—No sé que hacer, Alberto. Mi camello no me coge el teléfono. No tendrás tú, por un casual, el teléfono de aquel grandullón que nos vendía en la facultad.
—No, Alberto. Y no me llames más que estoy con el puzzle.
—Joder tío. Qué poco te importan los amigos. Cada vez que pienso en los cuernos del argentino es que me pongo de los nervios.
—Tranquilo esas cosas pasan. Por cierto, el de los cuernos no es el argentino, el de los cuernos eres tú.
—Ves, Antonio. Ya no sé ni lo que digo.
—¡Pues cómprate un puzzle!
Si es que hacer puzzles es de gente rara... Yo acabo de terminar uno, pero no era tan grande.
ResponderEliminarSaludos.
Todos tenemos puzzles que resolver esta cuarentena.
ResponderEliminarBesos.
Muy entretenido y reflexivo relato.
¿Un puzzle después de esta historia? ¡¡Enseguía!!
ResponderEliminarAbrazos.
Muy bueno el diálogo. Me he reído un rato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué diálogo más chulo, me ha encantado. Más, quiero más.
ResponderEliminarMuy bueno. Estos días he estado pensando en los puzzles, tengo varios por ahí abandonaos. Besitos.
ResponderEliminarComo la vida misma, jajaja.
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