Lo del pasado domingo 26 de abril fue apoteósico. Los niños salieron en estampida y las calles se llenaron de alegría y de emoción. Parecía el preludio del tan esperado día de la victoria. Un niña rubia como las antiguas pesetas me clavó su patinete en la espinilla y con mucho respeto me tuve que cagar en su padre. Posteriormente pisé un pequeño coche teledirigido y me pegué un pellejazo de mil demonios. La madre me reclamó porque el cochecito quedó hecho trizas y se armó la de San Quintín. Casi acabamos en comisaría. Le tuve que aflojar sesenta pavos a la buena señora. Y digo buena, porque lo estaba, y no por decirlo. Apesadumbrado, continué hacia la farmacia y la cola llegaba hasta la acera de enfrente. Por fortuna, la calle estaba cerrada al tráfico rodado y la titularidad de la misma, por primera vez en la historia, había pasado a manos de los peatones.
Después de estar casi media hora esperando mi turno, me informaron de que no quedaban mascarillas, ni guantes, pero la manceba me informó de que la linea erótica de Durex estaba de oferta.
—Yo quiero mascarillas de protección antiviral, no preservativos contra las venéreas —le dije.
—Es que soy nueva, sabe usted, y voy a comisión —me comentó con cara de niña buena.
—¿Y le funciona lo de los condones? —le pregunté por curiosidad.
—La verdad es que no. Ahora se vende más levadura que otra cosa —respondió para mi sorpresa.
—¿A la gente le ha dado por los bizcochos en lugar de estar ejercitándose en las artes amatorias y reproductivas? —le cuestioné.
—Mi prima vende levadura y dice que se está forrando —me explicó.
Y en eso estábamos, intimando si es que podíamos intimar, cuando un tipo del tamaño de un oso polar que había detrás de mi, con malos modos, nos dijo que o dejábamos el rollete de una vez o se iba a poner nervioso.
Tras el suceso, por el camino de regreso, entré en una confitería para aliviar mi desdicha y me compré media docena de empanadillas de atún recién hechas que olían a gloría bendita.
Y como les decía, para culminar la apoteosis, al salir de la confitería salivando si tenía que salivar, me atropelló un ciclista novato y las empanadillas salieron despedidas por todo el paseo. Les aseguro que lo del golpe no me dolió tanto como lo de las empanadillas.
Si es que como mejor se está es confinao.
ResponderEliminarMe ha puesto de buen humor tu relato. Gracias. Prefiero este tipo de ironías para la jornada que pensar en las estampidas de niños ¡y padres con excusa de niños! Desde que me levanto nunca he cruzado tanto los dedos, y eso que ni soy religioso ni esotérico. Un cruce de dedos mental, por supuesto.
ResponderEliminarPor cierto, el golpe de los Durex es muy bueno. Claro que a este paso nos vamos a convertir todos en individuos en perpetuo estado preservativo. Esperemos que las medidas a la corta y medio plazo sean suficientes, porque si no...no e cuento cómo acabaremos viéndonos unos a otros por la rue.
Vaya...
ResponderEliminarBesos.
Jajaja cómo me reído!!
ResponderEliminarPara esto, mejor nos quedamos en casa. Es más seguro!!
Un abrazo!!
Estoy saturada, de informacion confusa, y aprendizaje menos cero, veremos como terminamos 🙆♂️
EliminarLos niños son muy peligrosos. ;) Un saludo
ResponderEliminarPa que sales, con lo agustito que se está en casa
ResponderEliminarSaludos, no me gustan las empanadillas de atún.
¡ Y empanadillas de atún, en una confitería ? jajaja. Besitos.
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