viernes, 22 de mayo de 2020

Brillo de cacerolas

                                      

Las cacerolas son unos cacharros multiusos presentes en las cocinas de casi todo el mundo y que, como se ha visto, a veces carga el diablo. Algunas están vacías, casi la mayor parte del tiempo, anhelando tener algo que ofrecer a sus propietarios. Otras, deprimidas, acumulan polvo sin ser usadas porque sus dueños van de restaurante en restaurante y ni saben qué hacer con ellas. En los últimos años, las cacerolas brillan en su desdicha acorraladas por el imparable envite de la Thermomix. La Thermomix se ha convertido en el Atila de las cacerolas. 
Las cacerolas, ya sometidas, como un ejército asimilado envuelto en banderas para otorgarle algo de credibilidad, han salido relucientes a las calles portadas por gentes que nunca antes se habían visto en la necesidad de salir a la calle a nada que no fuera a gastar, y mucho menos a darle porrazos a una triste cacerola en público de manera impúdica.
Eso sí, para no perder la elegancia y la categoría, algunos manifestantes han optado por sacar al personal del servicio con las cacerolas, y pese a ser bolivianos, o ecuatorianos, o filipinos, les han engalanado con una bandera patria, a modo de capa de Superman, y les han invitado a salir a dar la tabarra a la calle para exigir un nuevo gobierno que lo ponga todo en orden y, después, a poder ser, los eche del país. 
La revolución de las cacerolas representa un hito libertario sin precedentes. Por lo visto, en el siglo XXI las revoluciones vienen de la mano de los pudientes que quieren poder más y no pueden. Los señores y las señoras de bien, que exigen libertad con una bandera y una Biblia en las manos, nunca antes habían salido a la calle a exigir libertades ni nada que se le pareciera. De hecho, eso de reclamar libertades era algo propio de los que nada tenían, por lo que exigir derechos era para ellos algo ajeno, que les daba urticaria, y que ni se les pasaba por la cabeza.
Las libertades, y su democracia, les eran inherentes; era algo que ellos mismos concedían y proporcionaban en pequeñas dosis, como el cura a las hostias. La revolución de los Pocholos y los Borjamaris es una revolución a la inversa digna de estudio. Una revolución, para involucionar, ávida de desfiles militares y de esculturas ecuestres. Una revolución uniformada con chalecos acolchados y banderitas a manta. Una revolución con olor a Pachuli y a Barón Dandy. Una revolución con manos de parafina y pelos engominados. Una revolución, por fin, gracias a Dios, de categoría, y no de gente triste, hambrienta y mal vestida como las de antaño. Evidentemente, las revoluciones han cambiado mucho. Ahora tienen clase. Mucha más clase. 

4 comentarios:

  1. La revolución de la gente fifí, no del proletariado. La revolución de los que ya no aguantan sin ir al club, al bar, de shopings, a la otra casa, al casino, de vacaciones... Que hoy si se han visto afectados.
    Un abrazo.

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  2. Más de uno habrá tenido que vaciar las cacerolas de billetes negros antes de salir a hacer la batucada...

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  3. Mira que como les dé a toda esa ralea victimaria por protestar con la Thermomix...Miedo me daría, su pretensión de triturar a los que no piensan ni codician como ellos me aterra con solo pensarlo.

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