sábado, 9 de mayo de 2015

El Pacto del Sava


En unas pocas horas más abandonaré Belgrado, al río Sava, y a su vertiginosas mujeres. Un apuesto y simpático camarero nos confesó anoche, en el Toro, uno de los muchos restaurantes cafetería de moda que inundan su antiguo puerto fluvial, que ellos tienen que tomar pastillas de bromuro para poder trabajar sin que, a cada rato, se les caigan las bandejas de las manos, y, por un momento, lo he creído. El exceso de belleza puede provocar vértigos, excitación, alucinaciones, inflamación localizada, y otro tipo de contraindicaciones. (Lea el prospecto y consulte a su médico).
La naturaleza es generosa con estas mujeres y todo un castigo para los viejos verdes que, como Marco Polo, llegamos de fuera para intentar hacer negocios por estas tierras. Para mi tranquilidad, le he pedido una pastilla de bromuro al camarero y ya todo en mí se ha vuelto calma y filosofía.
Últimamente me veo más como filósofo que como latin lover. Tan sólo verme en las fotos, que me tiro a diestro y siniestro como un poseso, aflora en mí la nostalgia de tiempo pretéritos. Mi llegada a los cincuenta es un momento cada vez más cercano que se confronta con la alegría de mi segunda paternidad, veinte años después.
Con cincuenta, tendré que volver a bregar como cuando tenía veinticinco. Entonces fui tan prematuro como ahora tardío. Respeto y adoro tanto a mi nuevo paternidad como a la primera. Estoy viviendo, rodeado de bellezas que desafían a la razón, una transgresión espacio temporal en la que me observo, como en un espejo mágico, sobre la superficie del río Sava.
El Sava, sabe más de mí que lo que pensaba. La naturaleza es una sola, y Serbia y España son la misma repetida. Las vidas se abren paso, con más o menos dificultad, o con más o menos acierto, en un fluir incesante como las aguas que arrastra este maravilloso río antes de ofrecerlas al Danubio. Me gusta del Sava su generosidad. El puente luminoso crea una pátina dorada de misterio sobre la superficie tranquila de sus aguas. Veo mi rostro reflejado en un espejo dorado, como preámbulo de un tiempo de nuevas y renovadas ilusiones.
El fondo de las ecografías, que me ha enviado mi mujer por mail esta mañana, en las que se ve a nuestra pequeña Ana María, es también de color dorado. El "Dorado" es un lugar mítico que los españoles siempre soñaron descubrir. También hacemos referencia a la "Época Dorada" cuando hablamos de momentos trascendentes y fructíferos.
Observando a esas exhuberantes bellezas ajenas, y escuchando el murmullo sigiloso del río Sava entre el estrépito de músicas latinas, soy consciente de estar viviendo un momento dorado de mi vida. El Sava me ha dicho, entre bachatas y chachachas, que agarré bien el timón y mantenga con fuerza este rumbo y le he dado mi palabra. La naturaleza y yo siempre nos hemos sabido entender.
El cóctel de bromuro con Baileys y unos cubitos de hielo me ha sentado genial. El Sava se despide de mí con el lejano pitido de una barcaza. El ambiente del viejo puerto fluvial de Belgrado bulle de manera tan portentosa como el vientre de mi esposa. Mi vida, y las aguas del Sava, en su recién adquirida complicidad, siguen apaciblemente su curso. Mi vuelo sale mañana.

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