jueves, 21 de mayo de 2015

Viajes a contrapelo


Pienso en historias de humor mientras atravieso La Mancha. Una Mancha quijotesca e infinita, de campos de cereal, de intenso color verde bajo un cielo azul. Ayer por la tarde una suave brisa transformaba en olas un mar de espigas pidiendo guadaña. Ese dulce vaivén hipnótico me inundo por completo de cuentos para morirse de risa, de ocurrencias infantiles a través de la mirada de un gordo cincuentón, que se mueve más que los precios. De Serbia a Cuenca, de Cuenca a China, de China al mundo. Del mundo a la mierda.
El mundo es gran coco. Un coco enorme en avanzado estado de putrefacción. Ese chiste no es bueno. Mejor pienso otro, a ver...Déjenme pensar.
Un jarrón de la China, nana, China, nana, te voy a regalar. De China los jarrones y de México los sombreros. La cancioncita no es así, en realidad habla de un Mantón de Manila, pero esto es un cuento, qué más da... 
En mis viajes, siempre hay alguien que me pide el topicazo. Otros son más simples y me piden que les triga un imán para el frigorífico. ¡Qué sea bonito, Pepe, que tú tienes buen gusto! -me dicen. Y yo los veo todos igual de horribles. Todos los souvenirs me parecen horribles. Lo que menos me gusta de viajar son los souvenirs y los turistas ansiosos. La gente, cada vez más, se mata por hacerse selfies. Por subir a lo más alto caen hasta lo más hondo. Hacen balconing, sí, les explico: se emborrachan y se tiran desde los balcones con la refrescante intención de llegar hasta la piscina. Y muchos son los que no llegan.
Ser turista es algo así como ejercer una profesión de riesgo. Yo soy un turista a contrapelo. Coincido con ellos, los miro como quien mira a un escaparate en rebajas. Es un querer y no poder. Observo sus risas preconcebidas, sus poses meditadas, sus preguntas aburridas, sus ricas comidas falsificadas, sus guías, sus palos de selfie, sus riñoneras, sus gorras, sus prisas, y es ver todo eso y se le quitan a uno las ganas de tomar vacaciones.
Yo soy turista de negocios. Hago negocios y turismo. A veces, ni lo uno ni lo otro. Ni vendo ni veo. Sólo corro. Sólo hago el amago. Sólo invierto tiempo. Los largos pasillos de los aeropuertos son mi pista de atletismo. Mi cara y mi cruz. Corro, arrastro equipaje, arrastro ansiedades, golpeo a turistas despistados, les pido disculpas sin dejar de correr. Las azafatas están cerrando las puertas del avión, yo les grito desesperado: ¡No cierren, por favor! ¡No cierren!. Y mi vida, mi futuro, y mi éxito dependen del oído de una azafata, o de su buena voluntad.
Al regreso de uno de mis últimos viajes alguien me preguntó:
-Con todos esos viajes debes andar muy estresado.
Y yo, mirándole fijamente a los ojos, le respondí:
-Yo no estoy estresado, pero mis dos maletas sí. Pobrecitas.

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