viernes, 8 de mayo de 2015

Las Ranas de Bosnia


En Bosnia me reciben las ranas. Con su croar desesperado evidencian una necesidad imperiosa por reproducirse. No me ha sorprendido tanto el croar de las ranas -la biología hace tiempo que no me sorprende tanto como la filosofía-, como la ostentación religiosa sobre el paisaje que he divisado desde nuestro coche: iglesia, mezquita, mezquita, iglesia, en una alternancia que percibo tan ansiosa como la de los anfibios en plena fase reproductiva.
La gente, aquí, es generosa. Nuestro localizador GPS se ha vuelto loco y un paisano nos ha acompañado con su viejo Audí hasta ponernos nuevamente en ruta. El paisaje ofrece un verdor avasallador y las tierras son tremendamente fértiles. Los ríos bajan con abundancia de agua. Su cocina es fiel reflejo de su multiculturalidad. Musulmanes, ortodoxos, católicos, y judíos, aportan su cultura y sus tradiciones en una conjugación tan maravillosa como de forzados y complejos equilibrios.
Los carteles advierten de la presencia de minas antipersona. Parar el vehículo en una cuneta ante una urgencia, y adentrarse unos metros en la foresta para mear puede acarrear dramáticas consecuencias.
Estoy en Vitez, el centro neurálgico de la antigua Yugoslavia. Los países se desintegran con una facilidad pasmosa, sobre todo cuando se inventan por la fuerza y abusando de la creatividad.
Me ha dicho Artur, que tiene grandes dotes de diplomático, que entender la actual situación política de Bosnia y Herzegovina, y de lo que su día se denominó como el Polvorín de Los Balcanes, requiere de bastos conocimientos geoestratégicos, que se sumergen hasta la época de las cruzadas, y que aún ni con esas... A veces enterrar a la historia no sirve de nada, y simplificarla, como en su día intentó la ONU cuando intervino en el conflicto, tampoco.
He descubierto en Bosnia la diferencia que hay entre los cementerios de los países en paz de los que recientemente ha estado en guerra: en los países en paz, en su mayoría, enterramos a gente mayor, en los países que han estado en conflicto los cementerios están repletos de gente joven. La guerra es lo peor para la demografía y lo mejor para la épica.
Las mezquitas lucen luces psicodélicas de color esmeralda alrededor de su minarete. En un entorno deprimido en el que las casas aún conservan, en algunos casos, los impactos de las balas y los efectos de la metralla en sus fachadas, las mezquitas se alzan al cielo, impecables, y con renovado vigor, en una especie de ostentación que tiene tanto de espiritual como de política.
En Bosnia, el poder y la religión conviven estrechamente ligados. Ahora, la situación parece tranquila. En Sarajevo, una ciudad maravillosa para perderse durante unos días, el turismo crece a pasos agigantados. La industria empuja, aún con timidez, de una economía en proceso de recuperación y necesitada de una enorme transformación.
Las ranas, a mi llegada, anuncian lluvias. Las lluvias presagian bienes. Los bienes consolidan la paz. Tal vez por ello, cuando escucho croar a las ranas, siento mucha tranquilidad. Por desgracia, dicen los científicos que, estos sutiles y melódicos batracios, cada vez son más escasos en todos el planeta. Desde niño siempre me han encantado las ranas. Nunca olvidaré tan inesperado y sonoro mensaje de bienvenida. Incomprensiblemente, lo había comprendido todo: "Lo único verdaderamente importante es la PAZ".

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