sábado, 16 de junio de 2012

Collage finlandés


Cansado de escribir y de que nadie me lea, esta mañana he decidido hacer otro collage. Tengo que confesar que, antes de este planteamiento tan metafísico, mi hija y yo hemos ido al Mercado de Verónicas y nos hemos puesto tibios a base de churros con chocolate. De lo divino a lo mundano.
Al regresar de hacer la compra semanal me he sumergido en mi estudio, y tras agarrar todo tipo de publicaciones, las cuales he ido recopilando por Helsinki a lo largo de esta semana que ahora acaba, he comenzado a seleccionar todo aquello que mi cerebro me identificaba como útil para realizar esta nueva creación.
Los collages, a lo largo del tiempo, se han convertido en mi rastro, en algo así como una especie de santo y seña, de difícil interpretación y de dudoso gusto.
Cuando me abraza la nostalgia, escarbo entre montones de ellos en busca de momentos congelados, recuerdos de cualquier país o cualquier ciudad que me conmueven y me tranquilizan.
Esta terapia seudo-artística, que genera dependencia, me aporta más información que una simple acumulación de fotos. No siento lo mismo cuando miró mis viejos álbumes de fotos que cuando contemplo antiguas carpetas de collages.
En Finlandia, estos días atrás, he sentido la necesidad de volver al papel robado, a las imágenes publicitarias, a las palabras asombrosas y de difícil pronunciación e intentar, a través de una clave secreta que desconozco pero que brota desde mi interior, poner orden en el caos y regurgitar, asombrosamente, otro collage.
El fruto de todo esto que intento explicar es este collage que, valientemente, quiero compartir con todo aquel que se asome por este blog.
Miles de veces me he preguntado: ¿Cómo, y buscando qué, llegará la gente a este blog?

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