viernes, 1 de junio de 2012

Escribir o vivir


Otro día más se levantó muy temprano a intentar escribir. Anteriormente lo hacía en la noche, tomando y tomando, como un poeta de barrio bajo que no tuviera ni diez pesitos en el bolsillo, ni perro que le ladrara. Aquel cuate era pura chingadera. Sus historias resultaban tan absurdas que ni a él mismo le terminaban de convencer. Su superhéroe de ficción se parecía más al Chavo del Ocho que a Superman o a Batman. Sus aventuras, en lugar de causar admiración, generaban pena y estupor. No alcanzaba a darse cuenta de que lo suyo iba más por otros derroteros que por escribir grandes hazañas sobre un personaje que tuviera que salvar a México de la tiranía del Capitán Misterio.
Quizás sí lo sabía, aunque se resistía a asumir su auténtica realidad. A penas si le quedaban unos pocos miles de pesos de la herencia de su difunta mamá y sus historias seguían sin aportarle ni un varo. No ganaba ni para darle de comer al loro que tenía como única compañía, en aquella casa que no se limpiaba desde días antes del entierro de su madre. Todos los editores lo rechazaban y le alentaban para que se dedicara a otra cosa. Le invitaban a no malgastar su tiempo y su vida en algo que no le iba a reportar nada más que frustración y desengaños.
Aquella mañana, cuando ya había emborronado cuatro hojas que, como tantas otras, acabaron convertidas en bolitas de papel en el basurero, decidió salir a la calle.
El sol picaba como presagio de una tormenta o, simplemente, por picar. Los claxon sonaban como en un concierto desafinado, anárquico y ensordecedor.
La gente corriente desfilaba, a paso ligero, en todas direcciones, como cuando alguien pisa un hormiguero. Mientras Hugo deambulaba entre aquella marea de realidad -que le era ajena- sintió que su boca adquiría una pastosidad que -según él- tan sólo se podía aliviar con unas cuantas chelas. 
Recordó que la noche anterior, mientras intentaba que su superhéroe no resultara patético, no había probado bocado. Decidió comer algo en un puesto de tacos al pastor, pero pronto se dio cuenta de que su organismo le rechazaba lo sólido y que tan sólo le aceptaba, de buen grado, la cerveza. Su estómago estaba tan poco acostumbrado a comer como su cerebro a dotar de coherencia y credibilidad a sus personajes y a su propia existencia.
Sentado junto al puesto de tacos sobre una caja de Coca-Cola, bebió una Negra Modelo tras otra. Por un tiempo estuvo mirando, obsesivamente, al joven que despachaba comida, y lo comparó, sin saber por qué, a un cura repartiendo la comunión a sus feligreses.
Se entretuvo contando los tacos que vendían y haciendo cuentas mentales de  cuánta lana ganaban. Mientras consumía su sexta o séptima chela pensó en que él no ganaba nada por mucho que escribía. Su futuro no lo vislumbraba más allá de ese dinero que le dejará su madre. Consumía sus días y sus pesos, de manera agónica, como quien se siente, a la deriva, sin rumbo ni destino alguno.
La lluvia comenzó avisando con un trueno devastador. Las gotas eran tan grandes como una moneda de a diez. La gente corría en desbandada buscando algún refugio en el que guarecerse de aquel despiadado aguacero. 
Él no se movió. Las gotas le fueron empapando hasta la médula. Su cuerpo yacía inerte entre botellas vacías y sus propios vómitos.
Cuando aquel descomunal diluvio cesó el inédito escritor dormía en un charco de color negro mientras un perro pulgoso le olisqueaba el trasero.
El chico de los tacos, agarrando su celular, marcó a su vecina de toda la vida: Doña Lupita, la que fuera amiga intima de su mamá. La señora, al rato, apareció acompañada de dos de sus hijos con una cobija y lo arrastraron, como pudieron, hasta su casa. No era la primera vez que lo hacían.
Al día siguiente Hugo "el Novelas" -así apodaban al desdichado- decidió poner punto y final a su vida marginal y afrontar su destino con realismo. Al despertar se sintió, como todos los demás, tan sólo un pinche wey atorado por no saber, ni vivir, ni escribir.
Cuando se sintió con fuerzas, se levantó en dirección al escritorio, que le regalará su difunta madre cuando cumplió diez años, y agarrando la pluma escribió: Fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario