domingo, 24 de junio de 2012

Se armó la marimorena


Nunca fui un gran aficionado al flamenco. Por pura ignorancia o, por qué no reconocerlo, por el rechazo histórico a una cultura que, pese a lo que se pueda creer en otros lugares, a muchos españoles siempre nos ha sido ajena. Una cultura que tradicionalmente ha sido estigmatizada, desmerecida, plagada de tópicos mal intencionados asociando el flamenco a lo gitano y lo gitano a lo malo. Eso ha llevado al flamenco a ser más reconocido, en ocasiones, fuera de nuestras fronteras que en nuestro propio país.
El flamenco es un arte plagado de plasticidad y sentimientos que procede de unas raíces muy profundas y controvertidas. Sus orígenes andalusíes, se fusionan en el tiempo con cristianos, judíos y sobre todo gitanos. El gitano siempre ha sido un pueblo sin tierra, un eterno nómada molesto y diferente, odiado y admirado, fácil cabeza de turco que, siempre en mínoría, se ha visto obligado, para protegerse, a enrocarse en sí mismo, de tal manera que, sus esencias y sus costumbres, se han ido manteniendo fieles y a salvo de intoxicaciones culturales alóctonas.
Todo ese legado cultural se trasmite, hoy día, a través de la música, de los bailes y, sobre todo, mediante una manera de ser y de entender la vida; una forma de vida que choca frontalmente con los patrones de vida actuales, con los que intenta convivir y evolucionar.
Anteayer me emocionó el flamenco y tuve que pedirle perdón. Fue en un restaurante en Molina de Segura -que se come muy bien, por cierto- cuyo nombre ya vaticina alegría y jolgorio: La Marimorena. En principio llegamos buscando lo gastronómico pero, para nuestra sorpresa, también nos terminó conquistando con lo artístico y lo festivo. El flamenco es arte y es fiesta, y en Flamenco Night, que así se denominaba el evento, hasta los que nunca hemos vibrado con el flamenco nos sentimos conquistados con la pasión desbordante y el buen hacer de un maravilloso elenco de artistas formado por: 
Al baile:
Ana Belén Ruiz, que estuvo pletórica.
Al cante:
Paquito Sánchez, tan buen cantaor como cualquiera de los grandes.
y al toque:
Faustino Fernández y Tomás Navarro, tanto monta, monta tanto. Geniales.
Sólo decirles que allí se armó la marimorena.
Es lo que tiene el flamenco, y yo, pese a mi edad, aún no lo sabía.

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