martes, 24 de julio de 2012

Días de hospital XLI



Tengo que reconocer que no sabía cómo coño poner 41 en números romanos. No tenía hoy, tampoco, en este día de dudas, ni idea de qué foto elegir de todas las que le había tirado a mi madre en su último día de hospital. No teníamos la más remota idea de a que hora vendría la ansiada ambulancia a recogerla para alejarla de ese maldito agujero negro hospitalario llamado Morales Meseguer, aunque, en realidad, me temo que todos los hospitales sean, en cierta medida, agujeros negros que conectan esta realidad con la otra que desconocemos. 
La visita de la doctora, que tanto me alegraba en los últimos días, me ha caído como un jarro de agua fría. Los resultados del TAC me han hecho entender que no entendía nada. Ha sido, la recibida, una información desinformante, dolorosa y fulminante. La bella doctora se ha transformado, por un instante, en la madrastra de la Cenicienta, con capirote y verruga en la nariz incluida. Tras esa alucinación pasajera he vuelto a mi consciencia inconsciente, y le he dicho a la doctora que no tenía más dudas, ni más preguntas, cuando en realidad lo que quería decirle era todo lo contrario: Doctora, no entiendo absolutamente nada de lo que me está diciendo. Si fuera religioso o católico de esos de golpe de pecho, me preguntaría: ¿Dios mío, qué ha hecho mi madre, tan malo, para merecerse eso? Pero como soy ateo recalcitrante y orgulloso de serlo, sólo me queda maldecir, una y mil veces, a un sistema sanitario arcaico y caótico, revestido de modernidad, que hace aguas por todos lados. 
Sé que este no es el mejor modo para concluir esta serie de relatos hospitalarios. Nunca fui un hombre demasiado diplomático. Días de hospital pretendía ser un diario donde recoger las experiencias de la estancia de mi madre en el hospital y todo cuanto sucedía a su alrededor, a través de mis ojos, soñando siempre con un final feliz. 
Hoy, que pongo fin a este cuaderno de bitácora, me he dado cuenta de que los cuentos, en la realidad, no siempre acaban con un final feliz.
Este cuento de mi madre finaliza con un nuevo comienzo. Finaliza cuando ella comienza una nueva lucha, injusta y despiadadamente desigual. Finaliza pues en falso. En una salida del hospital que nos conduce irremediablemente al hospital y al hospital y al hospital...
Como una terrible pesadilla que nunca deberíamos haber sufrido y yo nunca debería haber escrito.
Mucha suerte mamá. No te fallaré. No te fallaremos.

4 comentarios:

  1. Ánimo... sobre todo eso.. y recuerda que toda vivencia enriquece sobremanera...
    Un beso para tan luchadora Señora y para su torbellino de hijo...

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  2. Sabes aun que te declares orgulloso de ser ateo algo es cierto esa fuerza que nos da la vida nos da segundas oportunidades y si muchas veces les regala un cuartico de hora extra a esas personas que amamos es por que algo mas grande debemos hacer con ellos, para ellos y por ellos, animo aun la tienes junto a ti y respirando, a vivir la vida amigo a recorrer al lado de ella caminos nuevos, la vida del ser humano solo termina cuando no los sentimos respirar.

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  3. José aunque te declares estar orgulloso de tu condición de ateo, dentro de ti hay una fuerza muy grande para seguir el camino que la vida te tiene destinada, en la vida se presenta situaciones que son difíciles de entender porque somos seres humanos con limitaciones. Lo importante es que tu madre está ahí que a pesar de su difícil situación ha podido vencer obstáculos y de seguro seguirá luchando por vencer los que se le presenten, la vida es de oportunidades. Animo ella está contigo y eso es lo que cuenta, juntos recorrerán una nueva oportunidad de vida…

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  4. ECHENLE GANAS, CON DIOS O SIN DIOS LO QUE CUENTA ES QUE SOMOS LO S QUE NOS ENCONTRAMOS EN SIERTAS SITUACIONES, ASI QUE PADELANTE, COMO DICE EL DICHO, PA TRAS NI PARA AGARRAR IMPULSO :)

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