jueves, 15 de octubre de 2015

Preguntas


Anoche, mientras regresaba de una interesante jornada de trabajo en Valencia, bajo una enorme tormenta, escuchando los temas más viejos de Sabina, me preguntaba quién era yo. ¿Qué capa de las muchas que me conforman soy realmente yo? ¿O soy el resultado de la suma de todas ellas? ¿O realmente no soy nada? ¿O seré, tan sólo, una montonera de células manejando un montón de chatarra alemana a ciento treinta kilómetros por hora por una carretera tan oscura como el mismo infierno?
La autopista no estaba fácil. La lluvia caía con una intensidad desaforada, como queriendo limpiarlo todo, o para siempre. Los camiones rugían nerviosos, imprudentes, como ocurre cuando se acerca la hora de la cena. Y encima llovía a cantaros. Y yo cansado. Y planteándome cuestiones de semejante envergadura metafísica. 
Sin pensármelo dos veces, me desprendí de una primera capa y me seguía reconociendo. Me vi un poco más joven, con los nervios de punta, guerreando en mil batallas. Sabina tocaba "En el bulevar de los sueños rotos". Aceleré, pisando fuerte, como si pisará la colilla del cigarro que nunca fumé. 
Me desprendí de una segunda capa y me vi con más fuezas, y con más pelo, tan iluso como ahora, con menos barriga. Cambié la canción: "Y nos dieron las diez, y las once, las doce y la una, las dos y las tres..." Un destello me cegó por un momento. Atenué un poco mi ansiosa marcha.
Me alivié de una tercera capa, y del fogonazo que acababan de sufrir mis ojos, a un mismo tiempo. Corría, saltaba, brincaba. Me veía medio rubio, con el pelo lacio, la piel brillante, con la sonrisa en la cara, comiéndo un bocadillo de chorizo, con un balón de cuero en los pies, y mirando de lejos a la niña de mis ojos. Nervioso. Reflexivo. Siempre reflexivo. Siempre cavilando algo. 
Un trailer enorme se cruzó de repente en mi camino sin hacer uso del intermitente. Pisé el freno bruscamente. Caía agua con rabia. El coche me hizo aquaplaning. Agarré el volante con firmeza mientras surfeaba por unas olas tan plomizas como traicioneras. Por fortuna, o por habilidad, o por todos los santos a los que nunca rezo, no perdí el control del vehículo. El limpiaparabrisas apenas si era capaz de aportarme un mínimo de visibilidad. Sentí un sudor frío. Sabina cantaba "Más de cien mentiras". Decidí dejar las capas de la cebolla de mi vida para mejor ocasión. Quité a Sabina y, en la ausencia de sonido, me volví a reencontrar conmigo mismo conduciendo por una autopista en contra de los elementos. Vi marcharse a los de negro monte arriba, con las manos vacías, mientras reducía la velocidad. Las prisas no son buenas. Los de negro siempre están ahí.

3 comentarios:

  1. Jopestes, ves con cuidado. Un abrazo

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  2. En eso consiste parte de nuestro trabajo, en devorar kilómetros y kilómetros bajo todo tipo de circunstancias climatológicas. Nuestra oficina móvil, nuestro rincón de pensar dónde reímos, lloramos, y yo qué sé que miles de cosas más. Sin duda nuestra vida

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  3. NO HAY PEOR MOMENTO QUE UN MAL MOMENTO PARA HACER UNA INTROSPECTIVA DE QUIEN CARAJOS SOMOS.....

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