Noches de caca y biberón. Noches de llantos. Noches de insomnio. Noches de vida que crece. El sueño queda reducido, postergado, a débito. El sueño se debate contra la filosofía a media luz. Velo y pienso.
Quince días conquistando vida, nuevamente, bajo el santo oficio de ser padre. Padre, menuda palabra. De nuevo soy padre. Experiencia de las experiencias. Suerte entre las suertes.
El no dormir no duele. El no escribir no duele. El no leer no duele. Todo consiste en dar vida, en criar, en conquistar un día más a la oscuridad de cada noche sin que duela. Y si duele da igual. No hay dolor.
Lo demás tiene espera, esto no.
Ana María. Ahora toca criar a Ana María. Volver a lo básico, a lo fundamental, a la esencia misma del ser humano. Nacemos, crecemos, nos reproducimos, y morimos. Vuelvo a criar a mitad de camino de todo, o de nada. En medio de luchas descomunales, de proyectos sobrehumanos, y de esfuerzos desmedidos. Como cuando de un monte incendiado, tras las primeras lluvias, brota el verde de una semilla que no sucumbió ante el avance de las llamas. La vida busca vida, por escondida que esté.
Y nosotros nos debemos a ella. Somos un simple hilo conductor. Un mero trámite. Un paso. Un suspiro del cosmos. Menos que una caca en un pañal a las cinco de la madrugada. Eso somos.
Simetrías rotas. Los viejos chinos ya nos hablaban de esto en el yin y el yang. Y no les dieron el premio Nobel. Somos lo que somos y lo contrario.
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