martes, 27 de marzo de 2012

Días de hospital V



Esta larga travesía por el mar de la impotencia se está convirtiendo en una tremenda pesadilla. Hoy, el pánico se ha apoderado de mí y he optado por avisar a mi hermano, que vive en Edimburgo, para que venga junto a nosotros. Ella no para de nombrarlo, lo extraña mucho. Llegó a decir ayer que no quería morirse sin verlo.
La doctora dice que pese a que la "cosa" se ha puesto difícil -la cosa es la enfermedad de mi madre- porque sus intestinos siguen sin querer recuperar su funcionalidad y la inflamación de su vientre es alarmante, el hecho de que no se detecte infección y el scanner, que le realizaron ayer, no presente ninguna anomalía, son síntomas que evidencian que podemos y debemos seguir albergando esperanzas. Los problemas respiratorios le vienen dados porque la inflamación del vientre le presiona los pulmones y esto le dificulta la respiración.
Si digo que no tengo dudas, les engañaría. Lo que más me duele es estar escuchando permanentemente sus lamentos y no poder hacer más de lo que hago.
Esta noche, según nos cuenta María y la vecina de Molina de Segura, que dicho sea de paso, ya se ha marchado a su casa, mi madre ha estado delirando casi toda la noche. Al parecer ha cocinado, ha pagado el recibo de la luz y el agua, ha hablado con mi hermano ausente, y así hasta un sinfín de conversaciones menos inteligibles, pero que han servido para  mantener en vela a la audiencia de su habitación durante toda la noche.
Hoy, los andarines del pasillo casi me hacen vomitar. Sobre todo uno de ellos que huele a pescado podrido. Posiblemente tenga, el buen señor, alguna alergia al agua o al jabón. O simplemente nadie se atreve a decirle que apesta.
Una multitudinaria familia inunda la sala de espera de la planta y esta rezuma efluvios y perfúmenes que deben ser lo más parecidos al cyclón B. En un arrebato de locura intento arrojarme por la ventana pero, para mi desgracia, descubro que todas están selladas, tras lo cual intento interponer una querella criminal contra la familia alegando supuestos crímenes de lesa humanidad pero nadie me toma en serio. 
Pareciera que los delirios de mi madre hubiesen comenzado a apropiarse de mí. Me cuesta discernir entre la realidad y la ficción. He llegado a pensar que los paseantes del pasillo quizás sean fantasmas, aunque luego, pensándolo bien me he preguntado:¿los fantasmas huelen a pescado podrido?
El microcosmos hospitalario es un inmejorable caldo de cultivo para la transmisión de enfermedades raras. 
Ahora, trece días después de este jodido internamiento, temo tanto por mi madre como por mí.
Al llegar a casa, me he acordado de este collage que hice con una foto suya de cuando era joven. La foto era preciosa, pero el collage es una mierda.

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