sábado, 31 de marzo de 2012

Días de hospital VIII



Mi madre no pudo ayer asistir a la Huelga General ni tampoco hoy ha podido celebrar su onomástica. Ella es más de santos que de revoluciones. Su relación con la modernidad se ha limitado siempre a fumar. Comenzó a fumar cuando estaba mal visto que una mujer fumara. Le encantaba el Lola, cuya cajetilla, rebosante de flores, te animaba a fumar varios paquetes diarios. Luego fumó Nobel, con la escusa de que llevaba menos nicotina y alquitrán, pero lo suyo siempre ha sido el Fortuna. Últimamente fuma un poco menos, no sé si por ahorrar o por estar viéndole, más de cerca, las orejas al lobo.
La puerta de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) es un hervidero de nervios y de tensión todos los días a la una de la tarde y a las ocho de la noche, aunque, para decir la verdad, nunca se cumplen los horarios. Antes de pasar a verla un médico nos informa verbalmente de su evolución. Cada vez es uno diferente, lo que no sé si es bueno o es malo, pero despista un montón. Cuando le hacemos referencia a algún comentario de otro portavoz anterior, alegan desconocimiento y se limitan a narrar su resumen memorizado intentando ponerle las mayores dosis de precaución -por su bien- y de humanidad -por el nuestro- Sin duda, ser un profesional de la medicina con pacientes en situaciones críticas, donde el más mínimo error te lleva a enterrarlo, no debe ser tarea fácil.
Los más numerosos todos los días, en la zona de espera, son los gitanos. Vienen como veinte o treinta a visitar, en cada pase, a un patriarca que ha sufrido un problema coronario. Tan sólo se permite el pase a los familiares de dos en dos, y ellos entran de cuatro en cuatro. Les llaman la atención, continuamente, pero siempre encuentran el modo de salirse con la suya. 
Me a gustado mucho un saludo que le ha hecho un gitano al enfermo de su clan:
-¡Hostias, si estas más a gusto que un chinche! -le dice el visitante.
-Sí, ya estoy mejor, gracias a Dios - le dice el patriarca.
Sus constantes vitales -las de mi madre, no las del gitano- han estado todo el día estables y la mantienen totalmente sedada. Esta orinando mucho y eso es bueno. Han comenzado de nuevo a suministrarle alimentación parenteral y, al parecer, la está tolerando bien.
Unos familiares le han traído un rosario. Me he dado cuenta de que el rosario es un recurso hospitalario, de uso frecuente, cosa en la que no había reparado esta este momento. Otra cosa que he aprendido en esta escuela de vida hospitalaria en la que se ha convertido mi existencia desde hace dieciocho días.
El regalo que mi madre más agradecería en el día de su Virgen de los Dolores,  si pudiera hacerlo, es la llegada de su hijo pródigo. Por fin está a su lado, en cada pase, como ella quería.
Hoy pese a estar sedada, seguro que estará renegando por el hecho de no poder ir este fin de semana al bingo y al baile de su centro de mayores. A ella siempre le gusta llevarse el jamón.
Mi madre se lo esta jugando todo tras esas puertas, si acierta a ganar el bingo, el premio, en esta ocasión, será poder seguir viviendo.

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