Mi novela, de serlo algún día, vive secuestrada en un documento word que tengo en mi portátil. A veces, me despierto sobresaltado, a medianoche, pensando en que las cien páginas que llevo escritas se han borrado, de un plumazo, por arte de birlibirloque. En otras ocasiones sueño que, en cualquiera de mis viajes, me roban el portátil y, con ello, las andanzas de mis dos desgraciados maquis vuelven, para siempre, al limbo del que salieron.
Me aterra pensar en eso pero, al mismo tiempo, soy incapaz de guardar ese archivo en un simple pen drive. Las personas somos contradictorias por naturaleza y yo el que más. Lo de escribir esa dichosa novela es, para mí, todo un reto: ¿Es qué no tendré yo capacidad -o cojones- para escribir una novela? Si llevo escritos más de quinientos relatos, sin saber escribir, también debería ser capaz de escribir una novela aunque tuviera que contratar a alguien para que me la corrigiera. Los correctores también tienen derecho a vivir.
En realidad, he decidido darme una tregua con ella. He dejado sesteando en una pensión, al único guerrillero que he dejado vivo en la novela -al otro, lo he matado de un infarto mientras pescaba en la orilla de un riachuelo- y así quizás, sin que yo lo sepa, este tenga tiempo de coquetear con su viuda propietaria. Seguro que después de estar tantos años escondido por el monte ya tendrá ganas de echar un buen quiqui.
Ese mundo imaginario que metí en ese dichoso word se me aparece, continuamente, para tocarme las narices. En ocasiones, mientras voy en un avión de Ryanair, los personajes me acosan diciéndome cosas como: escríbeme una escena de sexo explícito con la viuda, no seas ñoño; déjame que vuele el dichoso cuartel por los aires de una vez; creo, Pepe, que te falta algún personaje de más carácter; o tienes que meter más acción y aumentar el ritmo. Menos mal que, en estos casos, la corneta que anuncia la llegada al aeropuerto de destino, provocando los aplausos y las sonrisas del personal que se atreve a volar en tan singular compañía, me devuelve a la realidad, haciendo que se recojan mis cansinos personajes y se vuelvan a su archivo, sin rechistar, al mismo tiempo que yo me hago con mi equipaje de mano de menos de diez kilos.
Todo lo que vamos dejando inconcluso en la vida se nos convierte en una herida mal curada que nos supura cada dos por tres.
Tengo unas ganas locas de poner orden dentro de ese archivo informático, antes de que, en ese otro submundo paralelo, se arme la marimorena.
Creo que no descansaré a gusto hasta que la termine.
hay tantas cosas en la vida con las que despues de terminarlas se descansaría pero siempre terminamos dejándolas para después, asi que jose tu novela es un embrión que solo en su tiempo sera un hermoso BB ten paciencia solo eso despacito que vas con prisa pero eso si quiero la exclusividad.
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