jueves, 3 de mayo de 2012

Días de hospital XXIII



Marzo airoso, abril lluvioso, sacan a Mayo florido y hermoso. Mi madre dice mucho este refrán .Bueno, lo de dice es un decir,vamos que le gusta mucho.
Curiosamente, el aire de marzo y las lluvias de abril ya se le han pasado en el hospital, y las flores de mayo, al ritmo que vamos, también.
Las enfermedades son una prueba de fondo para las que nunca estamos suficientemente preparados. Pero el dolor hace callo.
Ahora soy, lo reconozco, menos sensible al dolor ajeno que cuando mi madre ingresó en el hospital. Observo, como un zombie, cuando los familiares, en la puerta de cuidados intensivos, se abrazan desesperados ante las malas noticias y estos lloran y se desesperan, y yo, como el que oye llover.
Mi madre no cree nada de lo que le decimos. Nos sigue preguntado cosas tan básicas o existenciales como:¿Volveré a hablar?¿Podré caminar?¿Dejaré, alguna vez, de tener diarrea?¿Qué dicen los médicos? Ante lo que yo le respondo que dicen que va mucho mejor y ella se cabrea mucho. ¿Pero cómo que estoy mejor, si estoy desesperada?
Mi madre tiene falta de recargar su paciencia. Si la paciencia fuera como un teléfono móvil sería fácil recargarla, pero que pena que no sea así.
Hemos intentado que escriba en una pizarra, para mejorar nuestra comunicación, pero el intento ha sido tan infructuoso como el de las manifestaciones que, el día primero de mayo, desfilaron por la calles de Murcia y que mi madre no alcanzó a escuchar al tener los oídos llenos de mocos.
Nosotros nos sentimos tan ridículos con nuestra pizarra, como los sindicalistas se debieron sentir con sus pancartas y sus banderas.
Nuestra Loli siempre nos pregunta, a todos los que vamos a visitarla, qué y dónde hemos comido. A ella, por ser cocinera, siempre le ha interesado mucho la gastronomía. Su ternera en salsa, su tortilla de patatas, su pulpo con tomate, su ensaladilla rusa, y un incontable número de tapas más que hicieron, durante años, las delicias de promociones de estudiantes de Ciencias Empresariales, del Instituto Alfonso X El Sabio, de la Escuela de Artes y Oficios, de empleados de la Seat, cuando aún era una empresa estatal antes de ser mal vendida a los alemanes de Volkswagen, de los trabajadores de la compañía telefónica de España, ahora Movistar, de los médicos y los enfermeros de la Arrixaca Vieja, ahora conocido como hospital Morales Meseguer, y de los agentes de la Guardia Civil.
Mi madre, sin que nadie se lo reconozca, a contribuido con su abnegado esfuerzo, entre los modestos fogones del Bar Josepe, a salir adelante a generaciones de profesionales de todos los ámbitos y de todas las valías. Sin embargo, a ella, muy poca gente ha venido a agradecerle su entrega y su dedicación. Su único reconocimiento le venía de la mano de aquellos que, tímidamente, se acercaban a la puerta de su minúscula e insalubre cocina y le decían: ¡Loli que manos tienes, no hay nadie que hagas las tortillas como tú!
Ella, como le sucede ahora, no sabía si creérselo o no.

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