viernes, 18 de mayo de 2012

El 15-M no va bien.


El movimiento del 15-M ha decidido manifestarse cada vez que la prima de riesgo española suba de los 500 puntos y yo, por mi parte, he decidido que, cada vez que esto ocurra, me voy a tomar un ansiolítico picadito con tequila. Como dicen en mi tierra: es como si te duele la cabeza y te rascas los cojones.
La deriva del 15-M estaba cantada. Ellos presumen de ser una nueva estructura de participación social cuando tan sólo alcanzan a parecerse a una versión contemporánea del anarquismo asambleario. Esa es la sensación que recibí cuando asistí a las primeras concentraciones y es la que hoy, un año después de aquellos ilusionantes acontecimientos, sigo teniendo.
Bajo mi punto de vista, ese movimiento esta totalmente desenfocado y predestinado a ser una caricatura de lo que pudo haber sido y no fue. La gente pedíamos valentía y el movimiento se ha enrocado en asambleas y asambleas y más asambleas, y votaciones y votaciones y más votaciones.
¿Por qué se niegan a dar un paso hacia el terreno político? ¿Acaso, tienen miedo o desconfianza de ellos mismos? ¿Por qué no surgen líderes? ¿Piensan cambiar el mundo a mano alzada?
Vuelvo a revivir las mismas sensaciones de utopía que cuando, de jovencito, asistía a las asambleas del movimiento ecologista en España, en las que no se sacaba nada en claro, más allá de editar pegatinas y póster con un nido de águila y cuatro huevos.  
Según mi opinión, el hecho de que en el 15-M no surjan lideres propios es un signo evidente de que ese movimiento es un títere de otros. Su razón de ser, por tanto, sería, únicamente, remover el avispero y que las avispas -los votantes- salgan disparados hacía todos lados. Su función principal, en el plano político, sería la de atacar en la médula espinal al bipartidismo recalcitrante que ha manejado España desde los orígenes de la democracia, y, si eso fuera cierto, algunos partidos minoritarios deben estar detrás orquestando y organizando esta estrategia. Quizás por ello, esa fuerza social tan grande, no haya derivado en una realidad política con entidad propia, como reclamaba y reclama parte de la ciudadanía que salió a la calle a mostrar su indignación.
El 15-M no va bien. La gente esperaba iniciar un camino. Ansiaba conseguir unas metas y encontrar nuevos representantes con discursos novedosos e ilusionantes. Aire fresco. Sabia nueva con la que recobrar la ilusión, pero nada de eso ha sucedido.
Un año después aún cuesta trabajo definir al movimiento. Nadie sabe, con claridad, de dónde viene ni hacia dónde va. He de reconocer que soy uno de tantos indignados desilusionados.

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