jueves, 19 de abril de 2012

Días de hospital XIX


Abril se precipita impasible hacía su recta final. Un día bueno y otro regular. El dios Eolo ha rugido este mes reclamando protagonismo entre santos de madera policromada y huertanos de falsete alcoholizados. Hoy, el día amanece plácidamente y los mirlos canturrean, exhibiéndose sin temor, delante de las hembras con ansias reproductivas. Siempre soñé con poder encontrarme con un mirlo blanco, pero ni yo, ni nadie de las personas aficionadas a la ornitología que he consultado, lo hemos visto nunca. Quizás Eolo y el mirlo blanco pertenezcan, únicamente, al mundo de la fantasía.
El despertar de mi madre forma parte de nuestras fantasías cotidianas, del despertar de esta primavera efervescente y convulsa, de esta nueva vuelta de tuerca que nos está auditando la resistencia emocional. 
Somos, por consiguiente, una familia a prueba.  Una familia más, como miles y miles que atiborran hospitales en busca de su mirlo blanco, de ese golpe de suerte que nos saque de las garras del crudo invierno de la incertidumbre y nos arroje a las orillas de una primavera de sueños y esperanza.
Mi madre intenta despertar de un sueño muy profundo. Sus ojos se abren y se vuelven a cerrar. Te miran y te dejan de mirar. Sus oídos te escuchan y te dejan de escuchar. Sus brazos se mueven y se dejan de mover, en una intermitencia incontrolable e impredecible. Nosotros sólo podemos esperar y darnos ánimos o desánimos. Avanzamos o retrocedemos en base a la capacidad de interpretación, que nos concede nuestro nivel de ansiedad, a la hora de escuchar el informe médico del día. La intermitencia en el despertar de mi madre nos ha impregnado a todos de intermitencia emocional, en un mimetismo hospitalario digno de estudio.
Hoy me he dado cuenta de que soy una extensión de mi madre, una continuidad extracorpórea de su ser, del que nací y del que mamé, y ahora, su cuerpo vuelve a conectarse al mío como un vehículo roto, en plena autopista, se engancha a la grúa de la Mutua Madrileña, reclamándome, suplicándome ayuda para despertar. Ayuda para volver a casa. Ayuda para ser la Loli que es. 
Pero ante sus suplicas, sólo puedo agarrar su mano, sólo puedo besar su cara con su boca abierta, sólo puedo visitarla dos veces al día, decirle que la quiero mucho y seguir escribiendo, incongruencias, un día más. 
Aguanta mamí, aguanta. Tú y yo sabemos que lo tuyo siempre ha sido aguantar. Ojalá  que Eolo se aliara con nosotros y soplara, de una vez por todas, a tú favor.

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