martes, 8 de mayo de 2012

Días de hospital XXV


Lo que menos le gusta a mi madre son los ejercicios de agudeza visual que le hago todas las noches. En una pizarra, que le compró mi hermano, le dibujo, a mi manera, cosas tan variadas como: un orinal, unas gafas, una bombilla, un bocata de jamón, etc, y ella lo resuelve con agilidad, al estilo mudo, hasta que se cansa y me manda a tocarme la chorra. Siempre que se cabrea conmigo me dice lo mismo. ¡Tócate la chorra, nenico! A pesar de su traqueostomía  ya la entendemos muy bien, sobre todo si desde el principio no perdemos el ripio de la conversación.
Esos ejercicios visuales, no sirven de mucho, pero yo la entretengo un ratito, y en ocasiones, mientras no se cansa, nos reímos juntos. 
Intento contarle cosas: noticias de actualidad, chismes de la familia real, o información relativa al Atlético de Bilbao. Lastima que se vaya a perder la final de la Liga Europa. Hubiera disfrutado mucho viendo el partido y comiendo pasteles de carne, pero no importa, yo le haré un resumen y, si gana el equipo vasco, le dibujaré la copa en la pizarra, con el resultado, y yo me comeré su pastel y el mío.
La radio que le compró mi hija, no la quiere. Dice que se oye muy mal, y tiene mucha razón, se oye más ruido que otra cosa. Sintonizas una emisora y a los dos minutos se pierde y vuelve el ruido, así que ella dice, cuando le pregunto si quiere la radio, que me toque la chorra.
La antigüedad en la unidad de los intensivistas le ha dado derecho a enfundarse un camisón. Eso la ha hecho un poquito más feliz, ya que, ella, desde un principio, se sentía incómoda emulando a Eva todo el día. No por falta de Adán, ya que, al mediodía, vienen su novio y su ex-marido -que es mi padre- a verla. 
Cada uno de ellos se coloca a un lado de la cama y se ponen tan ricamente a charlar. Según parece, ninguno de los dos es capaz de leerle los labios a mi madre. Así que ella, entre sus dos hombres, se aburre como una ostra. Dice que se queda descansando cuando se van, aunque yo creo que, en el fondo, se siente muy a gusto, viéndolos ahí, todos los días, por muy mendrugos que sean.
Los días van pasando y mayo va adquiriendo personalidad. El calor húmedo de Murcia comienza a hacer acto de presencia y el termómetro ya se acerca, a menudo, a los treinta grados. 
Todas las noches, al regresar del hospital, me reciben en casa con alegría: la salamanquesa Teresa y el autillo Pedrillo. La salamanquesa zigzaguea en el forjado de la entrada, a velocidad de vértigo, y el autillo ulula con su cadencia infinita y parsimoniosa preguntándome por mi madre.
Yo les informo de que todo va bien y cierro la puerta. Tras de mí dejo una jornada más, repleta de esfuerzos, luchas e ilusiones. Ahora me estoy dando cuenta de que tener madre es una de ellas. Más vale tarde que nunca.

1 comentario:

  1. que bien jose se nota que el cielo murciano a vuelto a ser completamente azul y que el sol que antes parecía ensombrecido a vuelto a resplandecer en hora buena amigo en verdad solo espero saber que pronto el cielo murciano sonríe por que tiene de nuevo entre sus calles a una hermosa mujer.

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