miércoles, 18 de abril de 2012

Días de hospital XVIII


Cuando mi madre leyó la teoría Gaia del inglés James Lovelock no se enteró de nada. A ella le gustan mucho más la chilena Isabel Allende y el catalán Ruiz Zafón que ese científico visionario dando la matraca. Las teorías seudocientíficas siempre la terminan aburriendo como a una ostra. Lovelock,  nos plantea la tierra como un gigantesco ser vivo del que todos formamos parte como grupos de células. Por tanto, yo soy un grupo celular, mi madre otro, y el policía municipal que multó el otro día a mi padre, otro. La porra y la pistola no cuentan como células. 
Como seres vivos, o agrupaciones celulares, vivimos siete mil millones de personas en contínua competencia por los recursos. Cada uno vive su vida como la más importante, sin que, en la mayoría de los casos, nos interese, lo más mínimo, lo que le pasa al vecino de al lado. De ese modo, esta mañana, en el singular puerto de Silla, en la Albufera de Valencia, un señor reparaba una vieja barcaza, mientras un cliente me enseñaba, orgulloso, su pueblo, Cristina Kirchner expropiaba REPSOL y a mí madre le realizaban una traqueostomía.
La rueda de la vida gira infinita, hacia ningún destino aparente, sin que ninguno de nosotros quiere apearse en marcha por mucha crisis que nos esté cayendo encima y por muchos elefantes que se maten en Botsuana. El instinto de supervivencia es algo increíble y mi madre nos viene dando prueba de ello desde que llegó al hospital. 
Mi brazo está entrenado para firmar autorizaciones sin pisar un gimnasio. He firmado más consentimientos informados en mes y medio que en toda mi vida. Sólo firmé más, a los diecinueve años, cuando me compré mi primer coche. Las letras de cambio nunca se acababan y el brazo me dolía. Ahora no me duele tanto el brazo como el pecho por la ansiedad.
Me ha llamado mucho la atención, esta noche, al llegar de Valencia, el gesto facial que se le ha quedado a mi madre después de haberle retirado los tubos. Su boca abierta y su lengua ladeada, tendrán que volver a su lugar con el paso de los días. Yo sólo de imaginarme en su lugar me pongo enfermo. 
No puedo dejar de imaginarme cómo estará mi madre cuando vuelva a su lugar. No puedo dejar de preguntarme, durante todo el día, si será capaz de salir de esta pesadilla a la que le invitaron sin pedirnos autorización. Para dejarla ahogándose durante tres días en la tercera planta, no me dieron a firmar ningún documento. Tan sólo nos ofrecieron un inhalador contra el asma, y tonto de mí, se lo aplicaba, metódicamente, cada ocho horas.
¿Qué le podría decir a mi madre, si pudiera escucharme?:
Mamá, cariño, sólo se me ocurre decirte que tú no te merecías esto. Nadie se puede merecer algo así.
Sigue luchando por favor. No desesperes. Esta Semana Santa no has podido ir a la playa como tú querías, pero este verano, te lo vas a pasar allí, verás como sí. La gente que te está cuidando lo va ha conseguir. Tenemos que volver a confiar. Quiero que sepas que estamos muy orgullosos de ti. Cierra la boca cuando puedas, no se te vayan a escapar, por ahí,  las dichosas células.

2 comentarios:

  1. la vida es un constante navegar y cada tanto es un irremediable detenerse para reparar cualquier pieza y de nuevo en rumbar hacia el horizonte así sera la vida de tu madre por ahora reparan la embarcación para luego navegar con mejor rumbo y mayor fuerza.

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  2. AMIGO DESDE MEXICO LE PIDO A DIOS QUE SIEMPRE ESTE PENDIENTE DE TU MADRE PROMETO QUE CUANDO VAYA A LA BASILICA LE PEDIRE A LA VIRGENCIATA DE GUADALUPE Y VERAS QUE TODO SALDRA BIEN, SALUDOS Y PERDON SI NO ESCRIBO LO QUE TE GUSTARIA LER BESOS Y ANIMO....

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